La despatologización de la transexualidad es uno de los mayores logros en la lucha por los derechos de las personas trans, marcando un punto de inflexión en la percepción médica y social de las identidades transgénero.
Durante muchos años, la transexualidad estuvo considerada como una enfermedad mental, lo que perpetuaba el estigma, la discriminación y la marginación de las personas trans. Sin embargo, con el avance de la investigación y el activismo, la despatologización ha permitido un reconocimiento más justo y respetuoso de la diversidad de género, alejando las identidades trans de las categorías psiquiátricas. Este proceso no solo ha tenido un impacto profundo en la salud mental y física de las personas trans, sino que también ha mejorado su acceso a los derechos y recursos sociales.
Historia de la Patologización Trans
Durante gran parte del siglo XX, las identidades trans fueron vistas como desviaciones patológicas, principalmente desde la psiquiatría y la medicina. En 1980, con la inclusión del término "transexualismo" en el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-III) de la Asociación Psiquiátrica Americana (APA), se consolidó una visión que asociaba las identidades trans con una condición psiquiátrica. De este modo, las personas trans eran diagnosticadas como si tuvieran una enfermedad mental que necesitaba tratamiento, lo que implicaba que la incongruencia entre el sexo asignado al nacer y la identidad de género era vista como una anomalía a corregir.
La Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE) de la Organización Mundial de la Salud (OMS) también contribuyó a esta patologización. En la CIE-10, vigente hasta hace poco, la transexualidad estaba categorizada como un "trastorno de la identidad de género". Esta clasificación justificaba tratamientos médicos y psiquiátricos obligatorios para quienes deseaban acceder a la transición de género, lo que colocaba a las personas trans en una posición de dependencia frente a los profesionales de la salud, quienes debían confirmar o negar su "diagnóstico" para que pudieran acceder a los servicios de transición, como terapias hormonales o cirugías de reasignación de sexo.
La patologización de la transexualidad tuvo consecuencias devastadoras para las personas trans. Primero, reforzó el estigma social, ya que al ser consideradas "enfermas mentales", las personas trans enfrentaban un rechazo sistemático por parte de la sociedad. Segundo, las estructuras legales y médicas dependían del diagnóstico psiquiátrico para validar las identidades trans, lo que significaba que quienes no se ajustaban a las expectativas médicas de "disforia de género" quedaban fuera de la posibilidad de acceder a los tratamientos necesarios para su bienestar.
Este enfoque también implicaba una visión binaria y rígida del género, que no dejaba espacio para las identidades no binarias o las personas que no deseaban realizar una transición médica completa. Las personas trans se veían atrapadas en un sistema que priorizaba el diagnóstico y el tratamiento sobre la autodeterminación y el reconocimiento de sus derechos.
Un Hito en la Lucha por los Derechos Humanos
El camino hacia la despatologización de la transexualidad comenzó a trazarse gracias al activismo trans y los avances en los estudios de género y diversidad. Las personas trans, junto con aliados de la academia y el activismo, comenzaron a cuestionar el enfoque médico tradicional que trataba la transexualidad como una enfermedad. Uno de los primeros hitos fue la introducción del concepto de "disforia de género" en el DSM-5 (2013), que reemplazó el término "trastorno de identidad de género". Este cambio no fue perfecto, pero al menos representaba un avance, ya que alejaba la identidad de género de la categoría de "trastorno" y centraba más en el malestar que algunas personas trans pueden sentir respecto a la incongruencia entre su identidad y el cuerpo que habitan.
Sin embargo, el cambio más significativo ocurrió en 2018 cuando la OMS actualizó la CIE-11, eliminando la transexualidad de la lista de enfermedades mentales. En lugar de ser clasificada como un "trastorno mental", la transexualidad pasó a ser reconocida como una "incongruencia de género" dentro de la categoría de condiciones relacionadas con la salud sexual. Este cambio crucial supuso una ruptura con la patologización psiquiátrica, reconociendo que las identidades trans no son una enfermedad en sí mismas, sino una expresión natural de la diversidad humana.
La despatologización de la transexualidad tiene profundas implicaciones tanto a nivel médico como social. En términos de salud, la eliminación de la transexualidad como una enfermedad mental libera a las personas trans de la necesidad de ser diagnosticadas para acceder a tratamientos. Esto promueve un enfoque más respetuoso y centrado en el paciente, donde las personas trans pueden tomar decisiones sobre su cuerpo y su identidad sin estar condicionadas por un marco médico de patología. Ahora, el acceso a la transición médica debe basarse en el principio de autodeterminación, y no en la aprobación de un diagnóstico.
Desde una perspectiva social, la despatologización contribuye a la reducción del estigma. Cuando la transexualidad ya no es vista como una enfermedad, las personas trans pueden vivir con mayor dignidad y libertad. La despatologización también impulsa la creación de políticas públicas más inclusivas y respetuosas, que protejan los derechos de las personas trans en lugar de exigirles condiciones para acceder a ellos.
Desafíos de la Despatologización Trans
A pesar de estos avances, la despatologización de la transexualidad no está exenta de desafíos. Aunque la OMS ha hecho un cambio crucial con la CIE-11, la implementación de esta clasificación depende de los sistemas de salud nacionales, y no todos los países la han adoptado aún. En muchos lugares, las personas trans siguen necesitando un diagnóstico psiquiátrico para acceder a los tratamientos de afirmación de género o para cambiar su género legalmente.
Además, algunos críticos argumentan que aunque se ha eliminado la transexualidad de la categoría de enfermedades mentales, sigue existiendo un grado de "medicación" o "medicalización" de las identidades trans, especialmente en aquellos casos donde se requiere intervención médica para la transición. Estos críticos abogan por un enfoque completamente desmedicalizado, donde la identidad de género no dependa en absoluto de intervenciones médicas, y donde las personas trans no tengan que pasar por procedimientos médicos para ser reconocidas.
El activismo trans ha sido fundamental en el proceso de despatologización. Colectivos trans de todo el mundo han exigido, desde hace décadas, que se reconozca el derecho a la autodeterminación de género. Organizaciones como la Red Internacional por la Despatologización Trans han desempeñado un papel crucial en el desarrollo de estrategias globales para presionar a instituciones médicas, políticas y sociales para que dejen de tratar la transexualidad como una enfermedad. Este activismo ha sido la columna vertebral del cambio y sigue siendo fundamental en la lucha por los derechos de las personas trans.
En España, la despatologización de la transexualidad ha avanzado significativamente en los últimos años. En 2007, se aprobó la Ley de Identidad de Género, que permitía el cambio de nombre y sexo en los documentos oficiales sin necesidad de cirugía, aunque seguía requiriendo un diagnóstico de "disforia de género". Sin embargo, el activismo trans en España ha seguido luchando para eliminar cualquier requisito de diagnóstico para el reconocimiento legal de la identidad de género. En este sentido, en 2022 se debatió en el Congreso la Ley para la Igualdad de las Personas Trans y para la Garantía de los Derechos LGTBI (conocida como "Ley Trans"), que propone eliminar los diagnósticos médicos como requisito para la autodeterminación de género en los documentos oficiales.