La vuelta al cole suele contarse en claves de ilusión: libros nuevos, rutinas, reencontrarse con amistades. Para muchas personas LGTBIQ+, sin embargo, septiembre activa otra clase de cuenta atrás: la de “cómo voy a ocultarme este año”, “a qué bromas tendré que reír”, “quién será seguro para mí”.
Ese esfuerzo de vigilancia constante, el armario como mecanismo de supervivencia, consume energía, erosiona la autoestima y limita el aprendizaje. Por eso hablar de colegios sin armarios no es un eslogan: es una política educativa, una estrategia de salud mental y un compromiso con el derecho a la educación en igualdad.
El armario en la escuela no es únicamente callar a quién quieres o quién eres. Es tener que controlar gestos, ropa o palabras; evitar hablar de tu vida personal en un trabajo de clase; esquivar deportes o espacios comunes por miedo; soportar chistes que se disfrazan de inocentes; o vivir con el temor de perder amistades y ser señalado. Es, en definitiva, aprender con una parte de la mente dedicada solo a protegerse, lo cual resta concentración y produce agotamiento. En lugar de abrir horizontes, la escuela se convierte así en un lugar estrecho, donde hay que disfrazarse para encajar.
Volver a empezar
Septiembre es especialmente difícil porque todo se reinicia: los grupos se reconfiguran, aparecen profesores nuevos, cambian las dinámicas y se ponen en juego nuevas expectativas. Las típicas presentaciones de “háblanos de ti” o los trabajos sobre la biografía personal se convierten en momentos de riesgo para quienes no se sienten en condiciones de compartir libremente quiénes son. Si el centro no establece desde el inicio un mensaje claro de protección y acogida, la ansiedad se multiplica. En cambio, cuando se comunica de manera explícita que la diversidad es bienvenida, la vuelta al cole se convierte en una oportunidad de seguridad y confianza.
Un colegio sin armarios no es aquel que “no tiene problemas”, sino el que trabaja activamente para que no los haya. Esto se traduce en políticas contra el acoso que nombran de manera directa la orientación y la identidad de género, en protocolos claros para respetar nombres y pronombres, en planes de convivencia que incluyan a toda la comunidad educativa. Significa también ver reflejada la diversidad en el currículo: que las lecturas, los ejemplos históricos o las actividades culturales no invisibilicen realidades, sino que las normalicen. El profesorado debe estar preparado para intervenir ante un comentario ofensivo, para acompañar al alumnado y para que nadie tenga que forzar salidas del armario indirectas. Las familias, las asociaciones y las administraciones, por su parte, deben implicarse en crear un entorno coherente, donde el respeto no sea una excepción, sino la norma.
La seguridad emocional en clase
Todo este trabajo no solo beneficia a quienes están en situación de mayor vulnerabilidad. La experiencia demuestra que cuando un centro es inclusivo, el clima escolar mejora para todos: disminuyen los conflictos, aumenta la sensación de seguridad y el aprendizaje se vuelve más fluido. La seguridad emocional, al fin y al cabo, es una condición básica para que cualquier persona pueda concentrarse y desarrollarse.
Hablar de un colegio sin armarios es hablar de una escuela que cumple con su misión: educar sin miedo. Cada decisión cuenta, desde cómo se da la bienvenida en septiembre hasta qué cartel se cuelga en un pasillo o qué libros se leen en clase. Para muchos alumnos y alumnas LGTBIQ+, la vuelta al cole sigue siendo un momento lleno de ansiedad. Pero lo cierto es que tenemos herramientas para transformarlo en un inicio de curso esperanzador, en el que se pueda aprender, crecer y ser sin esconderse. Lo que hace falta es voluntad, criterio y constancia. Y el resultado merece la pena: una comunidad educativa más sana, más libre y más justa para todos.
Construyendo espacios para todes
Cada vez son más los centros escolares que apuestan por la diversidad como un valor educativo esencial. La formación del profesorado, los protocolos de igualdad y las actividades que visibilizan distintas realidades han ido consolidando un clima mucho más respetuoso. Hoy en día, muchos estudiantes LGTBIQ+ encuentran referentes, espacios seguros y un respaldo institucional que hace apenas unos años era impensable. Esa evolución demuestra que la escuela puede y debe ser motor de cambio social, preparando a las nuevas generaciones en la empatía y el respeto.
El compromiso por crear colegios sin armarios está dando frutos: proyectos de convivencia, bibliotecas con lecturas inclusivas, celebraciones del Día del Orgullo en el ámbito escolar y programas de apoyo emocional son ya prácticas habituales en muchos centros. Esto no solo beneficia a quienes pertenecen al colectivo LGTBIQ+, sino que fortalece la comunidad educativa en su conjunto, generando un ambiente más abierto, sano y enriquecedor. El camino continúa, pero es innegable que se han dado pasos firmes hacia una escuela donde nadie tenga que ocultar quién es.